Hacía mucho que no me pasaba por aquí y, a pesar de que todo el mundo dice que Blogspot es tan de principios del 2.000, yo sigo teniendo 'mono' de escribir nuevamente cuando hace tiempo que no me paso. Soy tan mainstream...
- ¿Sí?
- ¡Hola!
Ese 'hola' sonaba a familia paterna sin la más mínima duda.
- ¡Hola!
- Qué eres, ¿la hija del 'Fulano'?
Lo que yo decía, veinte primos así, de una tacada. En el Ejido, provincia de Almería para más señas. Si conocéis a una tal Sole de el Ejido que tenga unos cuántos hijos, es mi tía y sus hijos, mis primos, por supuesto. Creo recordar que tenía también una prima por Andalucía que tenía 17 años y estaba embarazada... De su cuarto hijo. Lo que os digo, primos y más primos por todos lados.
En fin, volviendo a mis abuelos y en concreto a mi abuela, nacieron y se criaron en un pequeño pueblo de Jaén que ahora mismo debe rondar los 3.000 habitantes. He estado allí y es precioso. En aquel lugar todo el mundo se apellida como yo. Y si no como yo, como mi padre. Y si no es como mi padre, como alguno de mis abuelos. Son tales las casualidades que comparto exactos apellidos con mi bisabuelo paterno. Por suerte mis padres no son muy partidarios de seguir con determinadas tradiciones familiares, porque si no probablemente también compartiríamos nombre. En la familia paterna todos se llaman Antonio y Antonia o Jose y Josefa. Gracias a Dios me llamo Álex...
Siguiendo con el tema y recuperando la propuesta que me había hecho de ayudar a mi abuela con su vuelta a la cocina, comencé a buscar para ella una receta que quería y que nunca había probado a hacer puesto que no conocía los ingredientes: la torta de azúcar. Muy típica de su pueblo, aunque también de muchos pueblos no sólo de Jaén, sino de Andalucía entera. Buscando y buscando, se me ocurrió otra idea más allá. ¿Y si buscaba las recetas de los platos típicos de su pueblo? Ella no las tenía, pero sintiendo como siente ese amor hacia su pueblo sumado a la ilusión que aún conserva por aprender y practicar en la cocina, estaba segura de que le haría mucha ilusión tenerlas.
No sólo encontré las recetas que ella quería, sino que también pude encontrar las recetas de nuestro pueblo en concreto, cosa que creí bastante complicada al planteármelo en un principio... Pero lo mejor de todo podría ser lo que me encontré sin haber buscado y... Que podría ser un eslabón perdido de la familia. La persona que había escrito esas recetas era del mismo pueblo que mis abuelos, tenía uno de los nombres típicos fijos de la familia y compartía uno de los apellidos con mi abuelo... ¡Y el otro con mi abuela! Aún me queda saber si tienen algo en común o simplemente es una mera casualidad. Mucha, eso sí, pero sólo una curiosidad.
Mañana quiero dedicar la tarde a pasar todas las recetas a limpio y después a la impresora para que mi abuela pueda cocinarnos algo.
Por cierto, sobre ese eslabón quizá perdido, guardadme el secreto, mi abuela aún no sabe nada... :)
En fin, han pasado bastantes cosas desde la última vez que estuve aquí: dos pérdidas importantes (no por defunción, pero pérdidas igualmente); gente nueva en reemplazo; familiares que vuelven a tu vida después de años de distanciamiento, unos cuántos regalos (merecidos, aunque esté mal decirlo); el reconocimiento por fin de mi trabajo y mi paciencia; el comienzo de vacaciones de dos de mis ocupaciones principales hasta ahora e incluso tres visitas al cine; que dicho así no es mucho, pero teniendo en cuenta que en los diez años anteriores no había pisado el cine ni una sola vez, es bastante halagüeño.
Con respecto a la salud, la cosa no mejora demasiado. Hace tiempo que la familia tiene achaques varios, yo misma el verano pasado me lo pasé prácticamente entero enferma, llena de picores y con el estómago fatal debido a ellos. Mi abuelo sigue en las mismas, apenas se puede mover y, si lo hace, no puede respirar. No es capaz de atravesar el pasillo de casa sin sofocarse. Si llega el caso de tener que hacerlo, hay que colocarle una silla en el medio de éste para que pueda descansar en ella un rato antes de retomar la marcha. Hablamos de un pasillo que de ningún modo alcanza los 10 metros... La abuela... Con parches de morfina para el dolor. Lleva más de un mes durmiendo en una silla del salón. Parece que poco a poco mejora, pero a pasitos muy cortos. Mi tío está sometiéndose a pruebas para volver a ser operado y su hermano, mi padre, tiene constantes citas con el médico. Hace meses que tiene que estar haciéndose pruebas.
El panorama es un poco desolador, pero ya que parece que mi abuela va mejorando y tiene ilusión por volver a cocinar esas recetas que le salen tan ricas, yo me he propuesto ayudarla.
Desde pequeña, antes de que tuviese conciencia de las cosas que me rodeaban y antes aún de llegar a ser ni tan siquiera una pequeña judía en el cuerpo de mi madre, mi familia ha hablado de la maña que se daba mi abuela en la cocina. Supongo que aprendió y se ilusionó con la cocina como lo hacen la mayoría, viendo a su madre, o quizás a su abuela, cocinar (en aquellos tiempos siempre eran mujeres las inspiradoras en la cocina, ahora por suerte también nuestros padres nos pueden trasmitir el amor por los fogones). Mi madre alguna vez me ha contado que, cuando era novia de mi padre, la invitaban a comer a casa. Entonces, mi abuela hacía unos platos tan elaborados, cuidadosos, bonitos (y ricos) que les daba pena comérselos. Ya no sólo era ese cuidado en hacer dibujos con unas zanahorias crudas (trabajo de chinos), sino que a la hora de saborearlo, estaba delicioso. Si me diesen a elegir entre todas las recetas que he probado de mi abuela paterna, no tendría dudas sobre cuáles escoger: el arroz (el amarillo, como le llamábamos de críos), las croquetas (siempre de jamón) y el bizcocho de limón. Hoy en día sé hacer dos de las tres recetas, de lo cuál estoy orgullosa. ¡E incluso tienen cierto parecido a las recetas originales! Con el arroz no me atrevo, no le daría ese toque de abuela.
He contado muchas veces de dónde provengo. Soy puramente española, de lo cuál me enorgullezco. Fuera de los problemas que tenga el país, las cosas que no soporto de él y todo eso que ya es hora de cambiar, es un buen país. Rico en dialectos y/o lenguas diferentes y lleno de costumbres; que cómo no, siempre utilizamos para separarnos en vez de para enriquecernos; con variedad de acentos; con cambios climáticos y estéticos casi extremos... Si vives es Galicia, ver el sol puede ser hasta preocupante. En cambio si vives en Sevilla y un día alcanzas los grados negativos, sientes que el Apocalípsis podría estar cercano. Según la leyenda familiar, tengo familiares lejanos en Francia, por parte materna y alemanes, por parte paterna. Yo nací en Madrid. El otro tercio de mí es manchego, en su mayoría, de Toledo. La parte que queda, aunque suene sorprendente si me conoces, es andaluza. De hecho y hasta donde tengo conocimiento, media Andalucía debe ser prima mía. Aún recuerdo a la perfección cómo me enteré de tan curioso descubrimiento.
Un día cuando comía sola mientras mis padres trabajan, un teléfono fijo salvaje comenzó a sonar...
- ¿Sí?
- ¡Hola!
Ese 'hola' sonaba a familia paterna sin la más mínima duda.
- ¡Hola!
- Qué eres, ¿la hija del 'Fulano'?
Vamos a llamar a mi padre Fulano por eso de la privacidad. Porque en los pueblos siempre eres 'el' no sé quién o 'la' no sé cuántas. El artículo siempre tiene que ir delante del nombre y da gracias si al menos va delante del nombre y no del apodo. En los pueblos es muy típico que si preguntas por Antonio o Pepe, no tengan ni idea de quién estás hablando, pero en cambio si le dices 'el conejero' o 'el cebolleta', te hablan hasta de aquella vez que se hizo pis encima cuando estaba en el parvulario. Y sí, yo tengo unos cuántos motes en los pueblos de mi familia a cuál más extraño, por eso de seguir con la tradición... Por otra parte, si eres el padre o la madre del susodicho y además eres de pueblo, siempre será 'tu' Paco o 'tu' María, ya que es de tu posesión, que para eso estuviste 12 horas de parto. Seguimos con la anécdota, que me pierdo...
- Sí, soy yo, pero ahora mismo él no está...- Yo soy la Sole, una prima de tu padre. Bueno, no pasa nada si él no está, así hablo un ratito contigo, si llamaba más que nada por saber un poco de vosotros, a ver qué tal os iba.- Ah, bueno, bien, con el trabajo, los estudios y eso, ya sabe.- ¿Cuántos años tienes tú ya, bonita? Ya estarás hecha una mocita.- Sí, bueno, ya tengo 19 (en ese momento tenía 19 creo recordar).- Uy, 19, qué mayor eres ya. Yo tengo uno un poquito más mayor que tú, ya tiene 23. Luego tengo otro de 18 también, una de 15, otro de diez, uno de ocho, otra de cinco, uno de tres...
Lo que yo decía, veinte primos así, de una tacada. En el Ejido, provincia de Almería para más señas. Si conocéis a una tal Sole de el Ejido que tenga unos cuántos hijos, es mi tía y sus hijos, mis primos, por supuesto. Creo recordar que tenía también una prima por Andalucía que tenía 17 años y estaba embarazada... De su cuarto hijo. Lo que os digo, primos y más primos por todos lados.
En fin, volviendo a mis abuelos y en concreto a mi abuela, nacieron y se criaron en un pequeño pueblo de Jaén que ahora mismo debe rondar los 3.000 habitantes. He estado allí y es precioso. En aquel lugar todo el mundo se apellida como yo. Y si no como yo, como mi padre. Y si no es como mi padre, como alguno de mis abuelos. Son tales las casualidades que comparto exactos apellidos con mi bisabuelo paterno. Por suerte mis padres no son muy partidarios de seguir con determinadas tradiciones familiares, porque si no probablemente también compartiríamos nombre. En la familia paterna todos se llaman Antonio y Antonia o Jose y Josefa. Gracias a Dios me llamo Álex...
Siguiendo con el tema y recuperando la propuesta que me había hecho de ayudar a mi abuela con su vuelta a la cocina, comencé a buscar para ella una receta que quería y que nunca había probado a hacer puesto que no conocía los ingredientes: la torta de azúcar. Muy típica de su pueblo, aunque también de muchos pueblos no sólo de Jaén, sino de Andalucía entera. Buscando y buscando, se me ocurrió otra idea más allá. ¿Y si buscaba las recetas de los platos típicos de su pueblo? Ella no las tenía, pero sintiendo como siente ese amor hacia su pueblo sumado a la ilusión que aún conserva por aprender y practicar en la cocina, estaba segura de que le haría mucha ilusión tenerlas.
No sólo encontré las recetas que ella quería, sino que también pude encontrar las recetas de nuestro pueblo en concreto, cosa que creí bastante complicada al planteármelo en un principio... Pero lo mejor de todo podría ser lo que me encontré sin haber buscado y... Que podría ser un eslabón perdido de la familia. La persona que había escrito esas recetas era del mismo pueblo que mis abuelos, tenía uno de los nombres típicos fijos de la familia y compartía uno de los apellidos con mi abuelo... ¡Y el otro con mi abuela! Aún me queda saber si tienen algo en común o simplemente es una mera casualidad. Mucha, eso sí, pero sólo una curiosidad.
Mañana quiero dedicar la tarde a pasar todas las recetas a limpio y después a la impresora para que mi abuela pueda cocinarnos algo.
Por cierto, sobre ese eslabón quizá perdido, guardadme el secreto, mi abuela aún no sabe nada... :)