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domingo, 6 de noviembre de 2022

Mi abuela

 Escribo esto algo pasadas las cuatro de la mañana del día 31 de octubre y estoy… Derrotada. Bueno, quien dice derrotada, dice cansada, agobiada, estresada, agotada, reventada… En fin, creo que se entiende, todo lo que termine en -ada menos emborrachada y encantada, así, a grandes rasgos...

Se puede considerar que la pandemia fue relativamente condescendiente conmigo, con nosotros. Mi familia tuvo COVID, unos asintomáticos y otros prácticamente lo mismo. Mi padre lo tuvo al menos un par de veces también, que sepamos, pero al haber estado aislado en principio tanto mi madre como yo salimos airosas (de nuevo añado el, que sepamos). 

Mi abuela se recuperaba de su mastectomía, para después sufrir un ictus y más tarde, este verano pasado, un ciática la arrasaba. Quién sabe si no derivada del mismo ictus… También perdimos a mi tío por el camino. Aunque era aún joven, estuvo enfermo un largo periodo de su vida. Mis abuelos paternos viven ahora en una residencia. La salud aqueja cuando estás cerca de cumplir el centenar de años (94 y próximamente, 98 años) y ahora viven en una residencia. Mi abuelo tiene problemas respiratorios desde hace ya ni se sabe y ha estado ingresado en el hospital hasta hace un par de días. Y unos días antes mi abuela materna, quien ahora vive a caballo entre nuestra casa y la casa de mi tío (su hijo) perdió el equilibrio en el baño de nuestra casa, por lo que fue obligada la visita a urgencias de madrugada. Resultado: cinco grapas en la cabeza. 

La vida no da un respiro y ahora se ha cebado. Mis tíos se ocupan tanto de la madre de mi tía (roza los noventa) como a meses alternos también de mi abuela (quien también acaricia esos noventa) y quien ahora es totalmente dependiente. 

No puedes pasar un minuto completo sin vigilarla. Conste ante todo que esto no es un reproche, es simplemente una exposición de la realidad en la que vivimos tanto nosotros, como cualquier persona que se enfrenta a cuidar de alguien que depende. Ella intenta levantarse porque cree que puede. Ella intenta caminar porque cree que puede. Pero ella pierde el equilibrio porque realmente no puede. Si una de las dos (mi madre o yo) va a la cocina, la otra se queda con ella. Si una va a la compra (mi madre siempre, desde luego yo soy poca ayuda en ese aspecto), la otra se encarga de darle de merendar o llevarla al servicio. Realmente no la dejamos sola un solo minuto, con además, su consiguiente agobio y muchas veces, incluso gran enfado… Pero necesita estar a solas en el servicio, lo cual suena lógico y… 

Hace más de dos meses que no salgo de casa y no respiro aire fresco, aunque dicen que realmente de fresco nada, que estamos viviendo una especie de primavera/verano tardíos. ¿Quién sabe? 

Por otra parte mi abuela también empieza a tener algunas lagunas. En ocasiones no recuerda a mi madre y habla de ella en tercera persona: 

- Mi hija me cuida. 
- ¿Quién es tu hija?
- No sé…
- Tu hija soy yo.
- ¿Tú me has duchado esta mañana?

 

Alguna vez me ha preguntado que por qué tengo ahí (en el salón de mi casa) mis guitarras. - Abuela, las guardo ahí porque yo vivo aquí, esta es mi casa. A pesar de todo y aunque alguna vez no me conozca, siempre me busca para que la ayude a andar. Hemos encontrado una técnica en la que yo me pongo delante de ella con las manos hacia atrás para que ella pueda apoyarse en mí a modo de andador. Soy algo así como un andador humano, aunque creo que incluso esta técnica comienza a fallarnos. El equilibrio cada vez está más descontrolado y me da miedo no poder atraparla si de alguna manera lo llega a perder… Y ella aunque no sepa quién soy, se fía de ir agarrada de alguien. Para levantarse del sofá, tenemos otra técnica. No tolera que le tiren de los brazos, porque dice que le duelen, así que ella levanta un poco el culo y yo con las manos… ¡Epa!

Mañana nos despedimos después de dos meses juntas como siamesas. Cuando no es mi madre la que hace de siamesa, me intento poner yo. No podemos imaginar cómo seguirá todo después de este mes que estará fuera, pero por mi padre la he prometido una tarta de limón para cuando regrese en Navidades. Y bueno… Me seguirá robando trocitos de palmera de chocolate y diciendo que es que le da envidia que me la coma yo sola a pesar de haber merendado como una campeona… 

Yo por mi parte, dejo que la música y los libros vuelvan a intentar salvarme. 

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