Raro, ra. (Del lat. rarus).
1. adj. Que se comporta de un modo inhabitual.
2. adj. Extraordinario, poco común o frecuente.
3. adj. Escaso en su clase o especie.
4. adj. Insigne, sobresaliente o excelente en su línea.
5. adj. Extravagante de genio o de comportamiento y propenso a singularizarse.
Y es así. Aunque... Ya hace un tiempo empiezo a no tener claro si es algo de lo que la sociedad me ha intentado convencer o simplemente de tanto escuchárselo decir a los demás, lo he terminado adoptando como uno de los ragos que me describen. Sea como sea, sigo siendo rara y sigue siendo uno de los principales rasgos que describen mi personalidad -pasaremos por alto la timidez esta vez-.
Supongo que una de las características de mi rareza es que nunca he tenido dónde encasillarme. No soy la típica persona que se espera de esta sociedad. Bueno, de hecho a veces no creo ni pertenecer a la sociedad. A pesar de que, por suerte, el mundo está cambiando y evolucionando -dejemos atrás también ciertos acontecimientos, ejem...- y ahora se pueden ver más tipos de "etiquetas" y "grupos" en los que poner a cada persona como si de soldaditos en el frente se tratara.
Me gusta llevar calzoncillos, pero no creo que nadie pudiese considerarme una "marimacho". Palabra MUY fea, por cierto. Los uso, me gusta el fútbol, siempre jugué, me encanta el Real Madrid, me gustan los videojuegos, amo las motos, siempre voy directa a la ropa de hombre... Pero no creo que una persona que me viese por primera vez me metiese en este grupo.
Hace poco leí un artículo sobre chicas que tocaban la guitarra en el cual decía que era raro la chica que tocase la guitarra y no fuera lesbiana o al menos bisexual. Toco la guitarra. No me considero ni lesbiana ni bisexual. Simplemente me enamoro de una personalidad y, aunque haya gente que continúe sin creer esto, a mí me sucede. Hace menos tiempo aún leí otro artículo más detallado y algo parecido al otro que hablaba sobre chicas que tocaban la guitarra. Decía algo así como que: Si tocas la guitarra clásica (cuerdas de nylon) eres hetero. Si tocas la acústica de cuerdas de metal eres bisexual y si tocas la eléctrica eres lesbiana. Digamos que no lo encontré buscando artículos de la Universidad de Harvard, ¿vale? Dicho artículo viene a confirmar lo que os decía antes: me enamoro de una persona y de su personalidad. Tengo una guitarra clásica, otra acústica y otra eléctrica.
Volviendo otra vez al tema estético... Mezclo estilos. Uso gafas de pasta desde el año '88 (ahora que venga el listo de turno a decirme que soy una moderna cuando las uso antes de que él naciera... En fin...) típicas de modernos. Me gusta todo el estilo de los años '80, mis años, la ropa, la música. Típico de modernos. Visto hippie. Pero también con pantalones anchos. Me gusta la ropa skater y la deportiva. Me encantan las gorras y los gorros. Cada vez tengo una colección más extensa como extenso también es el cabreo de mi madre con tanto trasto. Moderna, hippie, skater, deportiva...
Además y con respecto al look, también sería justo apuntar que: He llevado rastas (las cuales quiero repetirme, aunque un par o tres de nuevo), el pelo azul, rizado, liso, rubio, moreno, castaño (y todo sin tintes, flipante mi pelo camaleónico), mechones rubio pollo (estos sí teñidos), trenzas, trenzas de colores...
Ya sé lo que estáis pensando, "jodida perro-flauta..." Pues sí... También podría encasillárseme en este grupo, pero nunca me gustaron las etiquetas. Por ello siempre me gustó respetar a los demás aunque ellos no sean capaces de respetarme a mí. Al menos así fue hasta este año. Eso fue lo que aprendí de mis padres, que ninguno es diferente por haber nacido en otro lugar, opinar diferente, o acostarse con una persona con la que tú no te acostarías.
"Cuando yo soy la primera rara y la primera diferente, no soy nadie para juzgar a nadie."
sábado, 26 de noviembre de 2011
martes, 22 de noviembre de 2011
"Te compro una hora" y "Los niños estaban solos"
Hoy tengo una entrada especial para mi amiga Isa. Isa es una de las pocas personas que aguantan lo cansina que puedo llegar a ser y que, aún así, siempre tiene una palabra bonita para decirme por Face o escribirme en el blog.
Gracias Isa.
Espero que te gusten ambos cuentos. Puse dos para que tú, y otras personas que los lean, escojáis el más bonito de los dos. El primero lo encontré en internet buscando cuentos y fábulas que poder dedicarte. El segundo ya lo conocía, es del libro "Cuentos para pensar" de Jorge Bucay, libro que descansa sobre mi mesilla de noche. A veces me da por leer algunos de esos cuentos de manera independiente, dependiendo del día.
Aunque aún nos conocemos "poco", creo que en cierto modo, ambas podemos vernos identificadas con la primera historia. Supongo que tiene su propia moraleja, pero la que yo he visto a sido más o menos: "Álex, si quieres que alguien esté junto a ti, tendrás que empezar a ahorrar y hacer que se hagan cuenta de que quieren estar junto a ti".
En la segunda historia, mi moraleja es más sencilla y breve y puede ser contestada con un simple refrán que todos conocemos: "Quien quiera peces, que se moje el culo". Lo que no hagamos nosotros por nosotros mismos... Y a veces, estamos tan solos que no nos queda otra.
Te compro una hora
Los niños estaban solos
Un beso.
Gracias Isa.
Espero que te gusten ambos cuentos. Puse dos para que tú, y otras personas que los lean, escojáis el más bonito de los dos. El primero lo encontré en internet buscando cuentos y fábulas que poder dedicarte. El segundo ya lo conocía, es del libro "Cuentos para pensar" de Jorge Bucay, libro que descansa sobre mi mesilla de noche. A veces me da por leer algunos de esos cuentos de manera independiente, dependiendo del día.
Aunque aún nos conocemos "poco", creo que en cierto modo, ambas podemos vernos identificadas con la primera historia. Supongo que tiene su propia moraleja, pero la que yo he visto a sido más o menos: "Álex, si quieres que alguien esté junto a ti, tendrás que empezar a ahorrar y hacer que se hagan cuenta de que quieren estar junto a ti".
En la segunda historia, mi moraleja es más sencilla y breve y puede ser contestada con un simple refrán que todos conocemos: "Quien quiera peces, que se moje el culo". Lo que no hagamos nosotros por nosotros mismos... Y a veces, estamos tan solos que no nos queda otra.
Te compro una hora
Tito era un niño tenía once años. El niño era estudioso, normal y cariñoso con sus padres. Pero el niño le daba vueltas a algo en la cabeza. Su padre trabajaba mucho, ganaba bien y estaba todo el día en sus negocios. El hijo le admiraba porque "tenía un buen puesto".
Cierto día el niño esperó a su padre, sin dormirse, y cuando llegó a casa, le llamó desde la cama:
– Papá –le dijo- ¿cuánto ganas cada hora?
– Hijo, no sé, bastante. Pon, si quieres, seis euros. ¿Por qué?
– Quería saberlo.
– Bueno, duerme.
Al día siguiente, el niño comenzó a pedir dinero a su mamá, a sus tíos, a sus abuelos. En una semana tenía 5 euros. Y al regresar otro día, de noche, su padre, le volvió a llamar el niño:
– Papá, dame un euro que me hace falta para una cosa muy importante...
– ¿Muy importante, muy importante? Tómalo y duerme.
– No, papá, espera. Mira. Tengo seis euros. Tómalos. ¡Te compro una hora! Tengo ganas de estar contigo. De hablar contigo. A veces me siento muy solo. Y tengo envidia de otros chicos que hablan con su padre...
El padre le abrazó.
Los niños estaban solos
Su madre se habia marchado por la mañana temprano y los habia dejado al cuidado de Marina, una joven de dieciocho años a la que a veces contrataba por unas horas para hacerse cargo de ellos a cambio de unos pocos pesos.
Desde que el padre habia muerto, los tiempos eran demasiado duros como para arriesgar el trabajo faltando cada vez que la abuela se enfermaba o se ausentaba de la ciudad.
Cuando el novio de la jovencita llamo para invitarla a un paseo en su coche nuevo, Marina no dudo demasiado. Despues de todo los niños estaban durmiendo como cada tarde y no se despertarian hasta las cinco.
Apenas escucho la bocina cogió su bolso y descolgó el telefono. Tomó la precaución de cerrar la puerta del cuarto y se guardó la llave en el bolsillo. Ella no queria arriesgarse a que Pancho se despertara y bajara las escaleras para buscarla, porque despues de todo tenia solo seis años y en un descuido podia tropezar y lastimarse. Ademas, pensó, si eso sucediera, ¿como le explicaria a su madre que el niño no la habia encontrado?
Quizás fue un cortocircuito en el televisor encendido o alguna de las luces de la sala, o tal vez una chispa en el hogar de leña; el caso es que cuando las cortinas empezaron a arder el fuego rapidamente alcanzo la escalera de madera que conducia a los dormitorios.
La tos del bebé debido al humo que se filtraba por debajo de la puerta lo despertó. Sin pensar, Pancho salto de la cama y forcejeó con el picaporte para abrir la puerta pero no pudo.
De todos modos, si lo hubiera conseguido, el y su hermanito de meses hubieran sido devorados por las llamas en pocos minutos.
Pancho grito llamando a Marina, pero nadie contestó su llamada de auxilio. Asi que corrio al telefono que habia en el cuarto (el sabia como marcar el numero de su mama) pero no habia linea.
Pancho se dió cuenta que debia sacar a su hermanito de alli. Intento abrir la ventana que daba a la cornisa, pero era imposible para sus pequeñas manos destrabar el seguro y aunque lo hubiera conseguido aun debia soltar la malla de alambre que sus padres habian instalado como proteccion.
Cuando los bomberos terminaron de apagar el incendio, el tema de conversación de todos era el mismo:
"¿Como pudo ese niño tan pequeño romper el vidrio y luego el enrejado con el perchero?
¿Como pudo cargar al bebe en la mochila?
¿Como pudo caminar por la cornisa con semejante peso y bajar por el arbol?
¿Como pudo salvar su vida y la de su hermano?"
El viejo jefe de bomberos, hombre sabio y respetado les dio la respuesta:
-Panchito estaba solo... No tenia a nadie que le dijera que no iba a poder.
Un beso.
domingo, 20 de noviembre de 2011
Mañana será otro día
Hoy, el día en que he descubierto que la chica guapa es una Choni camuflada y con cara de pan; en que me he dado cuenta de que la que creía una antipatía encubierta es realmente una mala hostia del copón; hoy… Ha sido el día de las señales.
Bueno, realmente ese día comenzó antes de ayer. Llamé por fin a la peluquería para cortarme estas greñas que tengo. El caso es que dije que nunca me volvería a dejar el pelo tan largo porque antes, cuando era pequeña, lo tenía siempre por debajo del trasero. Pero de vez en cuando me dan ticks a la cabeza y una locura transitoria hace que haga cosas muy sorprendentes. ¡Hoy variaré el sabor del chicle! Muerte a la fresa, ¡viva la menta! Uy, pica… En fin, como iba diciendo… Que a veces me da por tomar decisiones estúpidas o sin venir a cuento y decidí que a los 18 años me cortaría por fin el pelo. Así lo hice. Y lo mantenía más o menos en el mismo largo, pero entre las vacaciones, los viajes de una casa a la otra, las cosas que hacer, la pereza que hago para estas cosas y que mi peluquera ha estado enfermita, tengo una coleta de dimensiones épicas. De hecho, cuando llegamos ayer a casa, inmortalicé tal acontecimiento haciéndome una foto con el iPhone para despedirme de ella. Esta mañana, tal y como pronostiqué hace semanas, estaba mala. Sí, lo veía venir, tantos nervios no pueden ser buenos para nadie, pero especialmente a mí me hacen trizas. No pude ir a la peluquería y mi coleta sigue ahí.
He de decir que esa ha sido otra de las señales. El típico día frío, de viento, de mucha lluvia, nublado… ¿Sabéis ese típico día que no te levantarías de la cama ni para comer? Pues no me he levantado de la cama. Ni para comer. Apenas he comido. Ni he cenado, pero eso ya es otra historia. Uno de los viajes relámpago más desaprovechados y desastrosos de mi vida al menos ha servido para que mi madre sí pudiera ir a la peluquería y aprovechásemos el día. Mientras tanto, yo he aprovechado para discutir sobre cosas que no me importan, darme cuenta de que al no importarme se vuelven en mi contra y a quedarme dormida entre mareo, discusión y dolor infernal.
Mientras tanto, mi madre ha venido muy sofocada de la peluquería. Yo sabía que algo raro pasaba, pero estaba como si me hubiesen dado una paliza, así que sólo he podido mirarla con ojitos de: "Mami, m'han matau, ¡defiéndeme!"
- Se ha roto en cristal del coche. Se ha metido para dentro, lo he ido a sacar y se ha reventado.
Luego dice que es mi abuela quien lo suelta siempre todo nada más sucede aunque sea algo que, se supone, no se puede contar... Pero mira, el cristal como yo, otro reventado en la familia… Reventado. Analizando los planes desde la cama, yo lo veía todo muy negro, pero como bien dice Facebook, el negro combina con todo. Así que probaríamos a ir enferma en el coche en un viaje de una hora con apenas grados a 120 km./h. (ya, 120 km./h. Ni en triciclo va mi padre a 120) con una gran tarde de mochila a mis espaldas y con la ventanilla de mi lado abierta.
Bueno… Mi madre se ha currado la pobre un invento muy chulo. Ha cogido una especie de papel como de material plástico del que se pone debajo de la tarima del suelo para que ajusten bien las baldas de tarima entre ellas y lo ha pegado con celo a la ventanilla por un lado, a las dos puertas de ese lado del coche por el otro y también, para reforzar, lo ha pillado cerrando la puerta con el plástico a presión. Mi madre iba para arquitecta, pero… Sin menospreciar a los pobres asiáticos de los bazares -como diría Silvia, "los chinos" quizá mal bautizados para el resto del mundo-, su pseudo celo podría pasar perfectamente por lazo de raso. Eso no pega y sumado a la velocidad del pie de mi padre en el acelerador y las jodidas curvitas que tan bien me venían para el mareo y la flojera, a menos de un tercio de camino el plástico a petado y ha empezado a salir un chorro de frío que ni en el Dragón Khan cuesta abajo. He corrido el riesgo de morir asfixiada por el segundo abrigo de mi madre -su segunda equitación xD- entre lo que me tapaba ella y lo que me tapaba yo por el biruji. Al rato hemos parado para ver qué leches podíamos hacer y mientras tanto, yo no tenía ganas ni de hablar. Me dolía la tripa, la cabeza, tenía frío y estaba pensando en lo que no tenía que pensar, en las discusiones de esa misma tarde. Entonces mi madre ha sacado del maletero el parasol de la luna delantera del coche para pillarlo con la puerta a ver si funcionaba -invento final, ¿nos os he dicho que mi madre es una artista?- y yo me he quedado en shock. A mi izquierda, en el muro de cemento que separa las dos autopistas, había una frase con letras mayúsculas en spray verde que ponía:
"MAÑANA SERÁ OTRO DÍA"
Sí, podríamos haber parado un metro más adelante donde ya no había mediana u otro por detrás donde, con un árbol, no la habría visto; pero hemos parado justo ahí, justo al lado de esa frase. Y es cierto, mañana será otro día. Lo que pasa es que nadie me ha puesto otra frase al continuación para asegurarme que ese otro día que es mañana, vaya a ser un día mejor.
Bueno, realmente ese día comenzó antes de ayer. Llamé por fin a la peluquería para cortarme estas greñas que tengo. El caso es que dije que nunca me volvería a dejar el pelo tan largo porque antes, cuando era pequeña, lo tenía siempre por debajo del trasero. Pero de vez en cuando me dan ticks a la cabeza y una locura transitoria hace que haga cosas muy sorprendentes. ¡Hoy variaré el sabor del chicle! Muerte a la fresa, ¡viva la menta! Uy, pica… En fin, como iba diciendo… Que a veces me da por tomar decisiones estúpidas o sin venir a cuento y decidí que a los 18 años me cortaría por fin el pelo. Así lo hice. Y lo mantenía más o menos en el mismo largo, pero entre las vacaciones, los viajes de una casa a la otra, las cosas que hacer, la pereza que hago para estas cosas y que mi peluquera ha estado enfermita, tengo una coleta de dimensiones épicas. De hecho, cuando llegamos ayer a casa, inmortalicé tal acontecimiento haciéndome una foto con el iPhone para despedirme de ella. Esta mañana, tal y como pronostiqué hace semanas, estaba mala. Sí, lo veía venir, tantos nervios no pueden ser buenos para nadie, pero especialmente a mí me hacen trizas. No pude ir a la peluquería y mi coleta sigue ahí.
He de decir que esa ha sido otra de las señales. El típico día frío, de viento, de mucha lluvia, nublado… ¿Sabéis ese típico día que no te levantarías de la cama ni para comer? Pues no me he levantado de la cama. Ni para comer. Apenas he comido. Ni he cenado, pero eso ya es otra historia. Uno de los viajes relámpago más desaprovechados y desastrosos de mi vida al menos ha servido para que mi madre sí pudiera ir a la peluquería y aprovechásemos el día. Mientras tanto, yo he aprovechado para discutir sobre cosas que no me importan, darme cuenta de que al no importarme se vuelven en mi contra y a quedarme dormida entre mareo, discusión y dolor infernal.
Mientras tanto, mi madre ha venido muy sofocada de la peluquería. Yo sabía que algo raro pasaba, pero estaba como si me hubiesen dado una paliza, así que sólo he podido mirarla con ojitos de: "Mami, m'han matau, ¡defiéndeme!"
- Se ha roto en cristal del coche. Se ha metido para dentro, lo he ido a sacar y se ha reventado.
Luego dice que es mi abuela quien lo suelta siempre todo nada más sucede aunque sea algo que, se supone, no se puede contar... Pero mira, el cristal como yo, otro reventado en la familia… Reventado. Analizando los planes desde la cama, yo lo veía todo muy negro, pero como bien dice Facebook, el negro combina con todo. Así que probaríamos a ir enferma en el coche en un viaje de una hora con apenas grados a 120 km./h. (ya, 120 km./h. Ni en triciclo va mi padre a 120) con una gran tarde de mochila a mis espaldas y con la ventanilla de mi lado abierta.
Bueno… Mi madre se ha currado la pobre un invento muy chulo. Ha cogido una especie de papel como de material plástico del que se pone debajo de la tarima del suelo para que ajusten bien las baldas de tarima entre ellas y lo ha pegado con celo a la ventanilla por un lado, a las dos puertas de ese lado del coche por el otro y también, para reforzar, lo ha pillado cerrando la puerta con el plástico a presión. Mi madre iba para arquitecta, pero… Sin menospreciar a los pobres asiáticos de los bazares -como diría Silvia, "los chinos" quizá mal bautizados para el resto del mundo-, su pseudo celo podría pasar perfectamente por lazo de raso. Eso no pega y sumado a la velocidad del pie de mi padre en el acelerador y las jodidas curvitas que tan bien me venían para el mareo y la flojera, a menos de un tercio de camino el plástico a petado y ha empezado a salir un chorro de frío que ni en el Dragón Khan cuesta abajo. He corrido el riesgo de morir asfixiada por el segundo abrigo de mi madre -su segunda equitación xD- entre lo que me tapaba ella y lo que me tapaba yo por el biruji. Al rato hemos parado para ver qué leches podíamos hacer y mientras tanto, yo no tenía ganas ni de hablar. Me dolía la tripa, la cabeza, tenía frío y estaba pensando en lo que no tenía que pensar, en las discusiones de esa misma tarde. Entonces mi madre ha sacado del maletero el parasol de la luna delantera del coche para pillarlo con la puerta a ver si funcionaba -invento final, ¿nos os he dicho que mi madre es una artista?- y yo me he quedado en shock. A mi izquierda, en el muro de cemento que separa las dos autopistas, había una frase con letras mayúsculas en spray verde que ponía:
"MAÑANA SERÁ OTRO DÍA"
Sí, podríamos haber parado un metro más adelante donde ya no había mediana u otro por detrás donde, con un árbol, no la habría visto; pero hemos parado justo ahí, justo al lado de esa frase. Y es cierto, mañana será otro día. Lo que pasa es que nadie me ha puesto otra frase al continuación para asegurarme que ese otro día que es mañana, vaya a ser un día mejor.
sábado, 19 de noviembre de 2011
He vuelto a coger la guitarra.
Sí, así es. Suena bien, pero por muy bien que suene, no es algo bueno. He vuelto a coger todos mis bártulos y por primera vez desde hace bastante tengo y también por primera vez desde que tengo el Mac, me he puesto a grabar sonidos con la guitarra. Hacía tanto que no la tocaba que, al poco tiempo, el dolor era insoportable en los dedos, pero a pesar de todo, he seguido tocando. Es… Como una forma masoquista que tengo de empezar de cero. Lo había dejado de hacer porque creía que me iba bien y me despejaba la mente de otras maneras. La verdad es que, cada vez que cojo la guitarra después de mucho tiempo, siento que comienzo de cero. Otra vez. De nuevo. Y una vez más. Y continuo sintiendo que no será la última vez. La realidad es que empecé a tocar en una época de mi vida en la que estaba hundida, supongo que por eso el paralelismo. Mis amigas durante 16 años habían decidido que nuestra amistad no valía nada en tan poco tiempo que yo no fui capaz de darme ni cuenta. Normalmente lo que hago en estos casos es arrastrarme y permitir que me pisen con tal de recuperar lo perdido a pesar de que lo perdido no valga nada. A pesar también de que yo no haya tenido la culpa y a pesar de todo. No me gusta perder lo que tengo hasta esos momentos puesto que "lo tengo" y me gusta cuidarlo, sea bueno o sea contraproducente para mí. Pero en ese momento ni siquiera estaba para pensar en mí, así que supuse que la amistad duradera era un paso y que quizá podrían ser ellas las que por una vez en la vida me ayudasen a mí. Me equivoqué.
Aún así no escarmiento y sigue pasándome. Ahora, supongo que por no confiar en nadie -y además continuo comprobando que con razón aunque me duela- rebajo las edades de pérdida de la amistad. De los 16 a los 6, de los 6 al año, del año…
Más o menos con unos 22-23 años, estaba tan en el fondo en lo que se refiere a mi vida amistosa, nula académica y en la que a la familiar se refiere, pasándola en un hospital -no sé si decir que de visita era "afortunadamente"- que decidí comprarme la guitarra. Tendría una amiga, me haría lesbiana y pasaría de enamorarme de sentimientos a ser una ameba enamorada del sonido que emitía una simple madera. No la había dejado hasta ahora. Supongo que, más que cogerla con fuerza, se podría decir que los demás me habían dejado con fuerza a mí.
He vuelto a coger la guitarra.
Sí, así es. Suena bien, pero...
Aún así no escarmiento y sigue pasándome. Ahora, supongo que por no confiar en nadie -y además continuo comprobando que con razón aunque me duela- rebajo las edades de pérdida de la amistad. De los 16 a los 6, de los 6 al año, del año…
Más o menos con unos 22-23 años, estaba tan en el fondo en lo que se refiere a mi vida amistosa, nula académica y en la que a la familiar se refiere, pasándola en un hospital -no sé si decir que de visita era "afortunadamente"- que decidí comprarme la guitarra. Tendría una amiga, me haría lesbiana y pasaría de enamorarme de sentimientos a ser una ameba enamorada del sonido que emitía una simple madera. No la había dejado hasta ahora. Supongo que, más que cogerla con fuerza, se podría decir que los demás me habían dejado con fuerza a mí.
He vuelto a coger la guitarra.
Sí, así es. Suena bien, pero...
viernes, 18 de noviembre de 2011
Cosas que no se recuperan
Últimamente siento un especial interés por los cuentos para niños que hacen pensar a los adultos. O los cuentos para adultos expresados desde la mirada de un niño. O los cuentos con metáfora, infantiles, con moraleja... Bueno, da igual, leedlo. :)
"Una chica estaba aguardando su vuelo en una sala de espera de un aeropuerto y como debía esperar un largo rato decidió comprar un libro y también un paquete de galletitas.
Se sentó para descansar y poder leer. En el asiento de enfrente se sentó un hombre que abrió una revista y empezó a leerla.
Entre ellos quedaron las galletitas.
Cuando ella tomó la primera, el hombre también tomó una.
Ella se sintió indignada, pero no dijo nada y pensó: "Qué descarado, me dan ganas de darle una bofetada para que nunca más se le olvide".
Cada vez que ella tomaba una galletita, el hombre también tomaba una. Aquello la enfurecía tanto que no conseguía concentrarse en la lectura ni reaccionar.
Cuando apenas quedaba una galletita pensó: "¿Qué hará ahora este abusón?"
Entonces, el hombre dividió la última y dejó una mitad para ella.
¡No! Aquello le pareció demasiado… Se puso a bufar de rabia, le lanzó una mirada asesina, cerró su libro y se dirigió al sector de embarque.
Cuando se sentó en el avión, miró en su bolso y para sorpresa suya… ¡Ahí estaba su paquete de galletitas, intacto!
Sintió una gran vergüenza al percibir cuán equivocada estaba. ¡Había olvidado que sus galletitas estaban guardadas en su bolso! El hombre había compartido las suyas sin sentirse indignado, nervioso, consternado ni alterado y ya no había tiempo ni posibilidades para explicarlo o pedir disculpas.
Pero sí había tiempo para razonar: ¿Cuántas veces en nuestra vida deberíamos observar mejor? ¿Cuántas cosas no son exactamente como pensamos acerca de las personas?
Y recordó que existen cuatro cosas en la vida que no se recuperan:
Una piedra después de haber sido lanzada.
Una palabra después de haber sido proferida.
Una oportunidad después de haberla perdido.
El tiempo después de haber pasado."
"Una chica estaba aguardando su vuelo en una sala de espera de un aeropuerto y como debía esperar un largo rato decidió comprar un libro y también un paquete de galletitas.
Se sentó para descansar y poder leer. En el asiento de enfrente se sentó un hombre que abrió una revista y empezó a leerla.
Entre ellos quedaron las galletitas.
Cuando ella tomó la primera, el hombre también tomó una.
Ella se sintió indignada, pero no dijo nada y pensó: "Qué descarado, me dan ganas de darle una bofetada para que nunca más se le olvide".
Cada vez que ella tomaba una galletita, el hombre también tomaba una. Aquello la enfurecía tanto que no conseguía concentrarse en la lectura ni reaccionar.
Cuando apenas quedaba una galletita pensó: "¿Qué hará ahora este abusón?"
Entonces, el hombre dividió la última y dejó una mitad para ella.
¡No! Aquello le pareció demasiado… Se puso a bufar de rabia, le lanzó una mirada asesina, cerró su libro y se dirigió al sector de embarque.
Cuando se sentó en el avión, miró en su bolso y para sorpresa suya… ¡Ahí estaba su paquete de galletitas, intacto!
Sintió una gran vergüenza al percibir cuán equivocada estaba. ¡Había olvidado que sus galletitas estaban guardadas en su bolso! El hombre había compartido las suyas sin sentirse indignado, nervioso, consternado ni alterado y ya no había tiempo ni posibilidades para explicarlo o pedir disculpas.
Pero sí había tiempo para razonar: ¿Cuántas veces en nuestra vida deberíamos observar mejor? ¿Cuántas cosas no son exactamente como pensamos acerca de las personas?
Y recordó que existen cuatro cosas en la vida que no se recuperan:
Una piedra después de haber sido lanzada.
Una palabra después de haber sido proferida.
Una oportunidad después de haberla perdido.
El tiempo después de haber pasado."
domingo, 13 de noviembre de 2011
Como papel arrugado
Mi carácter impulsivo, cuando era niña, me hacía reventar de cólera a la menor provocación que sufría. La mayor parte de las veces, después de uno de éstos incidentes, me sentía avergonzada y me esforzaba por consolar a quien había dañado tan duramente con mi comportamiento y mis palabras. Una vez de adulta, ya con valores y principios de vida, reventaba en cólera ante la mentira, la intriga, la conspiración, el egoísmo, las ofensas...
Un día un maestro, que me vio sola y triste en un rincón, me preguntó:
- ¿Qué te ocurre?
Yo le expliqué que alguien me había herido fuertemente y que, cuando me pidió perdón, no le acepté sus disculpas, ya no quería ser su amiga, pero que mi actitud me hacía sentir mal.
Mi maestro me llevó a su despacho, me entregó una hoja de papel liso y me dijo:
– Toma este papel y estrújalo todo lo fuerte que puedas hasta formar una pelota de papel.
– Asombrada, obedecí e hice con la hoja de papel una bola apretada.
– Ahora, estíralo y vuelve a dejarlo como estaba.
Por supuesto, no pude hacerlo. Por más que lo intenté alisar, el papel quedó lleno de arrugas y pliegues.
– El corazón de las personas -me dijo mi maestro-, es como este papel. La impresión que dejan en ellos tras heridas fuertes te queda tan grabada que es difícil volver a dejar el corazón como estaba. Perdonas dejas pasar pero no olvidas.
Desde entonces, cuando lo necesito, arrugo un papel.
Cuentos para crecer